EL PAPELON DE LOS SINDICATOS
En el periódico digital Público me he encontrado un artículo
de Juan Carlos Escudier analizando el papel actual de los sindicatos mayoritarios.
Y el irritante gesto de claudicación ante las políticas neoliberales de Moncloa
reuniéndose hoy con Rajoy para escenificar la pamema de un cambio de ciclo
político. Un cambio de ciclo que de ser así, deja una clase trabajadora violentada
y en un profundo renuncio a CCOO y UGT.
Ninguneados,
vilipendiados, asfixiados económicamente, un poco cautivos y completamente
desarmados, los secretarios generales de UGT y CCOO acudieron ayer raudos y
veloces a hacerse una foto en Moncloa con Rajoy, que les convocó a hurtadillas
y les dio a firmar un papel para que, junto a las dos grandes patronales,
reconocieran los “signos de cambio” registrados por la economía española. Un
papelón de campeonato.
El encuentro es un insulto a los asalariados que
han sufrido la reforma laboral y han visto pisoteados sus derechos, a los
pensionistas de hoy y mañana que verán recortadas sus pensiones, a los
dependientes a los que se ha cerrado el grifo de las ayudas y se ha retrasado sine
die su reconocimiento, a los inmigrantes que ya están aquí y a los que se
dejan la piel y hasta la vida en las fronteras españolas, y para los que no
hubo ni un solo recordatorio en las dos horas de encuentro. Un insulto, en
definitiva, a los colectivos cuya representación se arrogan las centrales
sindicales.
La reunión de Moncloa es el reconocimiento de una
derrota que, si de algo sirvió, fue para acreditar la existencia de Cándido
Méndez, cuyas apariciones públicas son últimamente muy escasas, metido como está
bajo las piedras por el escándalo de los cursos de formación. De esta derrota
no se escapa la patronal, cantera de imputados, cuando no de presidiarios, que
hace tiempo que no representa a nadie y ha sido reemplazada por esos grandes
foros empresariales donde están los que mandan.
Los llamados agentes sociales lo son cada vez menos
menos. Viven de esos grandes acuerdos como el de rentas, todavía en vigor, un
instrumento más para la devaluación salarial de los trabajadores que no tardará
en renovarse. Dicen estar muy preocupados por el desempleo juvenil y por los
parados de larga duración, por la evolución de ese findus congelado que es el
salario mínimo y, por supuesto, creen necesario “combinar políticas que hagan
sostenibles las cuentas públicas, junto con otras de impulso a la actividad
económica y la inversión productiva, que generen empleo y garanticen una
protección social adecuada”. Ingente palabrería que no sirve a nadie.
La aristocracia sindical se ha acomodado a las
negociaciones de salón, y cuando éstas no han existido porque el Gobierno ha
hecho de su capa un sayo, las centrales, en buena medida, se han vaporizado.
Han olvidado que cuando la batalla se da en la calle y en las empresas nada
está escrito, como en el conflicto de la limpieza en Madrid. Pero en la calle
hace frío en invierno y a veces llueve.
La fatalidad ha querido que la escenificación de
esta rendición en la Breda conquistada por Rajoy haya coincidido con el
desarrollo de las marchas por la dignidad, columnas de parados, estudiantes,
desahuciados y jornaleros que llegaran a Madrid el próximo día 22 para
denunciar el empobrecimiento general y el retroceso en derechos y libertades.
Superados por una movilización que les sobrepasa, UGT y CCOO no han tenido el
valor de sumarse directamente a la protesta y se han limitado a manifestar
escuetamente su apoyo a través de ese Foro Social que crearon para intentar
abrirse a la sociedad y que se ha demostrado un invento fallido. Dignidad la de
unos e indignidad la de otros.
El suicidio al que voluntariamente se han entregado
los dos sindicatos mayoritarios es una noticia terrible porque nunca como ahora
han sido tan necesarios. Urge su reinvención. No tiene sentido alguno mantener
vivas dos marcas en vez de proceder a una fusión orgánica y constituir una
organización poderosa, autosuficiente y capaz, incluso, de inspirar cierto
temor.
Como no lo tiene usar las mismas armas que en el
siglo XIX para hacer frente a una realidad del siglo XXI. De la estrepitosa
derrota en Coca-Cola, una empresa con beneficios millonarios que decide poner
en la calle a cientos de trabajadores, puede extraerse una lección: si los
trabajadores se van al paro con 45 días por año trabajado y 10.000 euros
lineales no es por el éxito sindical sino por el desgaste al que las redes
sociales sometieron a la chispa de la vida.
La renovación ha de ser completa. Es impensable que
en una organización como la UGT reconozca de facto que es incapaz de encontrar
líderes en sus filas y mantenga durante 20 años al mismo secretario general.
Como empiezan a darse cuenta ahora los partidos, los sindicatos no son
propiedad de sus afiliados sino de la sociedad en su conjunto. ¿Para cuando
unas primarias abiertas?
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